Libro extraño, inquietante, poco confortable, que logra construir un ambiente desapacible y amenazante, de calma tensa creciente. Partiendo del avistamiento casual de un lobo en las proximidades de Berlín, esboza el retrato de varios grupos de personajes que se cruzan con él y entre ellos en algún momento o no. Personajes bastante al límite y al margen: un aturdido trabajador emigrante polaco con una frágil relación con su novia, una pareja de adolescentes punkis vapuleados por la vida que se escapan de casa, unos cuantos alcohólicos irredimibles, una becaria turca, antiguos artistas olvidados de la escena…. Un Berlín frío y deshumanizado, entre post-crisis y pre-apocalipsis, que es como un personaje más: la evocación colectiva del lobo asolando la ciudad es a la vez símbolo y encubridor de unas amenazas mucho más ciertas y urgentes.
Se lee fácil, mantiene el interés y la intriga, te envuelve con sus atmósferas. Está compuesto de frases cortas, rítmicas, cadenciosas (“En cierto momento quedó claro que ya no volvería a trabajar. Que no volvería a trabajar nunca más.”), formando capítulos breves que alternan a los diferentes grupos de personajes y que suelen acabar de forma abrupta o banal, con salidas desconcertantes: “-¿Qué hacéis aquí con los animales?-preguntó la madre de la chica. –Nada –dijo su amiga-. Los tenemos aquí y poco más, los niños los cuidan”.
Utiliza un estilo limpio y simple, en el que se percibe un discreto tono poético difícil de identificar, misterioso, encubierto por un vocabulario y unas construcciones sencillas, unos diálogos fragmentarios y desganados, y esporádicas descripciones de personajes secundarios en dos trazos (“Ya en la facultad vestía siempre de traje y en su galería no exponía a mujeres, prácticamente nunca”; “El jefe de planta no llegaba los cuarenta. Llevaba unas botas de vaquero”)
No obstante, algo se me escapa: connotaciones y referencias geográficas y de contexto -supongo que como si un polaco lee sobre el tardofranquismo, o el procés- que me dejan la impresión de que me pierdo algo.
Hay alguna referencia tangencial al mundo del teatro, al que el autor, consolidado dramaturgo, pertenece. “En la cantina, los técnicos de iluminación y los tramoyistas comían en mesas separadas, y en otra se sentaban los artistas, los directores, los actores. Eran mundos separados. Los actores se quedaban un par de años; los directores cambiaban, algunos eran majos, muchos eran dados a gritar, y todos tenían miedo”.
Periférica. 7.2.
Suspense colectivo
La Floresta, 29 de agosto, 2020
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