La historia de los rudimentos del fascismo, de su génesis, es una historia que merece ser contada. De cómo Mussolini, un megalómano sin moral, pura voluntad de poder, astuto, carismático y manipulador, fue capaz de canalizar el descontento de la población azuzando sus peores instintos a favor de sus ambiciones. No es una historia nueva. Es una historia del pasado, del presente y, a buen seguro, del futuro. Y una fórmula que siempre se repite: el trueque del miedo por el odio, la manipulación de las masas.
Scurati ha hecho un trabajo concienzudo, documentado y riguroso, que pretende ser objetivo sin ocultar su posicionamiento; en esta crónica hay buenos y malos, y los malos son muy malos.
Su cuidado estilo tiene un poco de la pomposidad épica de Vuillard, de su retórica y de su apasionamiento, pero en cambio aquí se entiende todo bien, se explica con precisión y elocuencia, a pesar de la profusa descripción de multitud de personajes, asociaciones, grupúsculos y facciones enfrentadas que presenta. Ya desde el principio tuve que recurrir a la Wiki para constatar la llamativa vinculación del fascismo con un movimiento artístico, el futurismo, del que recuerdo que en mi cole católico nos hablaban con cariñosa condescendencia:
“propone destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo (…) glorificar la guerra, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructivo de los libertadores, las ideas hermosas por las que se muere y el desprecio por la mujer”
“Mucho ruido, algunas ideas extravagantes. Educación patriótica del proletariado, una asamblea de jóvenes menores de treinta años en lugar del senado, gimnasia obligatoria con sanciones penales para los más flojos”
“Sus consignas son las del futurismo: sintético, alegre, rápido, presentista, práctico, moderno”
“No tenemos ideas preconcebidas, nuestra única doctrina son los hechos”
La narración, que se enmarca entre los años 1919 y 1925, empieza con la imagen de una Italia humillada y enfrentada tras la guerra, con un socialismo pujante y pre-revolucionario y un amplio contingente de escuadristas y excombatientes rabiosos y desocupados en busca de revancha. En ese contexto resurge la tempestuosa figura de D´Annunzio, poeta reconocido y guerrero intrépido, que con sus coloridas bravuconadas -como la épica toma de Fiume- sirvió de inspiración al fascismo primigenio:
“El discurso continúa, como siempre, en una lengua áulica, a través de sucesivas oleadas de lemas latinos, referencias eruditas y arcanas, alusiones indescifrables, proclamas solemnes, metáforas refinadas, éxtasis sublimes, preciosismos, arcaísmos, esteticismos”
“Es un despropósito gigantesco, pero la multitud se enardece al oírlo”
Más tarde, Mussolini, joven y ambicioso lider de los recientemente fundados Fascios de Combate, aprovechará su decadencia un tanto patética para ridiculizarle y sustituirle y capitalizar su influencia:
“El aumento de dopamina en las sinapsis cerebrales le devuelve el coraje del aviador en vuelo sobre Viena”
“Es hermoso el delirio violento del poeta, es hermosísimo –se te vienen las lágrimas a los ojos-“
“un anciano a quien el destino ha regalado la broma de convertirse en príncipe de la juventud” «no podía continuar con su recital ante un teatro vacío»
Siempre alternando los relatos de diferentes personajes, se dedica a describir y analizar la mutación de las primeras bases del fascismo, en un principio muy alineado con principios obreros, sindicalistas y socialistas
“la jornada laboral de ocho horas, salarios mínimos, representantes sindicales en los consejos de administración, gestión obrera de las industrias, seguros de invalidez y pensiones, distribución de tierras no cultivadas entre los campesinos (…) una escuela laica financiada por el estado (…) impuestos extraordinarios sobre el capital de carácter progresivo, expropiación parcial de todas las riquezas …”
para más tarde desviarse oportunamente hacia el culto de la fuerza y la violencia y hacia valores tradicionalstas de la derecha, despojándose de aquellos principios iniciales en virtud de una ideología vacua y adaptable cuya razón de ser es el poder por el poder:
“¿Quiénes somos? Pregunta incorrecta, inútil, dañina incluso. Pregunta superflua porque sobrevalora la importancia de la conciencia (…) lo importante es ser algo que permita evitar los obstáculos de la coherencia, el lastre de los principios”; “Ya está bien de extravagancias futuristas”; «es revolucionario o conservador según las circunstancias».
Mussolini no cree posible una revolución proletaria en Italia («Demasiado sol, la revolución rusa, aquí, es imposible que estalle”) por lo que convertirá su previsible fracaso en el impulso definitivo de la expansión fascista, proponiéndose ganar al pueblo (“Un rebaño de ovejas enfurecidas»; “una plebe roja, moralmente tarada, egoísta, inculta”) para su causa, la mano de obra de su nueva revolución, sin prometerles nada, de hecho; tan solo focalizando su ira hacia nuevos objetivos -el socialismo, la democracia, la libertad-, con la aprobación encantada de los propietarios agrícolas, de la burguesía acaudalada, de la derecha política e incluso de la nobleza y el clero, que veían peligrar sus privilegios. El fascismo fue un instrumento de las minorías ricas y poderosas para sofocar la Revolución proletaria. Jugada maestra, el gran acierto de hacer partícipe a esa masa inerte, de devolverles su papel protagonista en la Historia. De darles la vuelta y utilizarles en su provecho. No es muy diferente a lo que pasa en la actualidad.
«¡Qué cosa más maravillosa es el pánico, esa partera de la Historia!»
«Buena gente que en su fuero interno se estremece por un deseo incontrolable de sumisión a un hombre fuerte y, al mismo tiempo, de dominio sobre los indefensos»
«queremos servir a las masas, educarlas, pero cuando se equivocan, fustigarlas»
«Los individuos, abandonados a sí mismos, se aglutinan en una gelatina de instintos elementales y de impulsos primordiales, un gel sanguinoliento movido por un dinamismo abúlico, fragmentario, incoherente»
Todo ese proceso de transformación social se basa en la imposición y el fomento de un clima de violencia y terror. Scuratti se luce en su análisis minucioso de los procesos psicológicos y sociológicos que permitieron el crecimiento del fascismo en base a ese hábil cambalache de miedo (a la Revolución Socialista) por odio. Odio que, a su vez, da entrada a la justificación y hasta glorificación de la violencia fascista:
«la violencia se ha dado por buena (…) los moderados consideran a los fascistas como un agente patógeno, virulento pero necesario por razones supremas de supervivencia del organismo social»
«La violencia fascista es luz, su longitud de onda vibra en el rango del amarillo, del naranja, del rojo, no en el punto ciego del negro, su fenómeno de guerra es la antítesis del terrorismo»
«es veneno y, al mismo tiempo, antídoto»
«Solo hay un hombre capaz de salvar al país del caos de la violencia de las escuadras. Es el mismo hombre que antes debe provocarla»
La compleja figura de Mussolini es analizada desde diferentes puntos de vista, desde sus propios pensamientos y declaraciones (“La realidad humana, fuera del individuo, no existe”; «¡El sillón y las zapatillas son la ruina del hombre!» ) y a través de la visión filtrada por el autor de sus opositores, seguidores, amantes… («más que en la ciencia, cree en el destino»; «Él tiene un olfato incomparable para los estados de ánimo de los pueblos, pero a los individuos no los entiende»). Se recrea en el retrato de esa personalidad abstrusa y poliédrica que planifica un caos estudiado mientras desarrolla su tramposa carrera política («El fascismo debe observar cómo se pelean el capitalismo y el comunismo, y frotarse las manos. Hay que mantenerse ligero para permitirse toda clase de giros, combinaciones, maniobras…»; «La táctica de Mussolini es siempre la misma: dosificar, diluir, dilatar, para negociar luego desde una posición de fuerza») que basará en la intimidación y la coacción violenta de sus rivales políticos -amenazando desde el mismo hemiciclo-, en una doble moral en la elección de sus aliados, y en la modificación de la ley electoral («que prevé la asignación de dos tercios de los escaños a la lista que obtenga una mayoría relativa»), abogando entre otras barbaridades por la devaluación del concepto de libertad («La libertad es una deidad nórdica, adorada por los anglosajones (…) El fascismo no conoce ídolos, no adora fetiches»). Mediante estos sucios manejos se propone llevar a cabo en la oposición «una obra de demolición moral», que culminará con un éxito apabullante para él, como es sabido.
La descripción de esta represión hacia sus enemigos parlamentarios contiene párrafos espeluznantes, como en el terrible capitulo sobre Matteotti y la porra o el tema del aceite de ricino («el ridículo (…) tiene un alto valor pedagógico»)
Una vez conseguido el poder, Mussolini se propondrá consolidarlo y ampliarlo mediante una temible política de expansión territorial («Italia quiere ser tratada por las grandes naciones del mundo como una hermana, no como una camarera») que tiene en la ocupación de la isla griega de Corfú su punto de partida.
Scuratti hace alguna referencia tangencial a la situación en España, donde también nos estábamos dando de hostias, con la mención al asesinato de Eduardo Dato y el comentario sobre la inspiración de Primo de Rivera en el fascismo italiano.
Brillante y sobrecogedora, esta esforzada crónica política ficcionada nos pone sobre aviso de amenazas muy actuales: el momento es propicio.
Editorial Alfaguara. Un 8.8.
Novela documental
La Floresta, 27 de octubre, 2020
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