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“El Colibrí” Veronesi, Sandro

 Sin dudarlo, uno de mis favoritos del 2020. Una razón objetiva no sé darla, ni inapelable, pero me ha conmovido por muchos motivos. Su discurso emotivo, sensible, tierno, que se refiere a hazañas cotidianas. El modo franco y cercano de narrar historias –historias muy duras- y situaciones muy dramáticas, tamizándolas con un humor luminoso. La manera en que combina lo inocente con lo diabólico, o lo levemente perverso. Unos diálogos ricos y naturales que hablan bien de quienes los mantienen. Gran variedad de recursos narrativos: cartas, recuerdos, proyecciones, inventarios. Una intrincada cronología que tiene una razón de ser: la novela consiste en relaciones y sentimientos intensos, extendidos en el tiempo y concentrados en unos pocos momentos álgidos que parecen interaccionar unos con otros.

 El protagonista es un oculista romano, un tipo amable –susceptible de ser amado- a quien la vida vapulea sin piedad. Dado que todo el rato alterna capítulos desordenados en el tiempo no sería grave desvelar las desdichas a las que se verá abocado Marco, el protagonista. Desdichas humanas, posibles, temibles. No lo haré. Lo impactante no es la crudeza de las sorpresas sino la manera en la que va encajándolas a lo largo del tiempo, cómo se llega a regenerar, casi a alimentar, con la desgracia. No busca deprimirnos con ideas pesimistas que serían muy comprensibles, pero tampoco pretende embaucarnos con un optimismo iluso. Si fuera una canción sería una canción triste, pero en acordes mayores (hay que tratar de imaginarlo instrumental). Es emotivo, pero evita ser dramático («nada de emoción, de frases cínicas, de autocompasión»).

 Algunos personajes son inolvidables, comenzando por el protagonista, Marco Carrera, el colibrí. También su padre, el ingeniero enamorado, maquetista ferroviario y coleccionista recalcitrante de ciencia ficción (que ilusión me ha hecho la fugaz mención de Andrew J. Offut, el padre pornógrafo!). Entrañable también el muy solícito psicoanalista de su lejana ex, y los personajes de su hija Adele y de su nieta Miraijin («parecía realmente formada escogiendo entre opciones de un menú»), con las que vive una relación acaparadora y excluyente que me ha recordado a la de los protagonistas de mi lectura anterior “Insurrección” (empieza a ser inquietante encontrar siempre relaciones entre lecturas consecutivas).

Una historia de sentimientos, de recuerdos, de emociones, de decisiones difíciles, profunda, bella y humana.

«Llevaba en su interior oscuridad y confusión»

«Si una historia de amor no termina o, como en este caso, ni siquiera comienza, perseguirá a los protagonistas con su carga de cosas no dichas, de acciones no ejecutadas, de besos no dados»

«Aferrado al andador como un orangután»

«La penúltima estación del vía crucis, en la que todos, el enfermo y el que cuida del enfermo, se ven deseando que el fin llegue pronto»

«Mandar al otro mundo -por piedad, por obediencia, por agotamiento, por desesperación, por sentido de la justicia- a quien nos ha traído a este»

«Y luego está la contemplación, el acto estético más creativo y mistificador que existe»

«unos tatuajes sinuosos que le suben por el cuello como si fueran tentáculos y que parece que lleva a disgusto, como si se los hubieran hecho a la fuerza»

Anagrama. Un 9.2.

Amores truncados y grandes preguntas.

La Floresta, 28 de diciembre, 2020

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