“Una mujer extraña y un hijo más extraño aún”
Esta novela es una maravilla, transgresora y original, diferente; me ha encantado, superando las altas expectativas que ya tenía. Empieza como una auténtica bofetada, odio a raudales administrado con insolente desfachatez. Aleksy detesta a su madre, abomina de ella con ferocidad y ensañamiento, aunque su rabia parece abarcar también a todo el mundo:
“Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás”; “…mi madre, que tendría que haber sido profesora de Biología, pero se quedó en vendedora de rosquillas”
Cuando esta le propone que le acompañe durante el verano en sus vacaciones al norte de Francia, no puede imaginar el camino que van a tomar los acontecimientos, y mucho menos, los sentimientos que le empezará a despertar la nueva persona que va a ir descubriendo en su madre, majestuosa en su fragilidad. Ya desde el principio sabemos que Aleksy padece graves trastornos psiquiátricos, que parecen desencadenados por una situación familiar más bien dramática:
“Mi madre llamó a mi padre, que vino a casa borracho, luego me llevaron los dos al hospital, peleándose.
Su punto de vista enajenado da pie a una expresividad virulenta, alimentada de impotencia y de rencor, que se ayuda de una lírica alucinada, oscura y caótica
(“El montón de piedras junto al cobertizo formó una línea recta y larga y partió, ondulándose como una serpiente, hacia el horizonte, que castañeaba como una boca abierta”; “Me encontraba en un festín del diablo y yo presidía la mesa”),
se luce en imágenes y comparaciones hermosas
(“Ella se reía como un arcoíris al que le hicieran cosquillas en los talones”
“Desapareció como un gemido, vivo y forcejeante todavía”
“La colgué de mi cuello como si fuera un koala y nos montamos en la bicicleta”)
y en descripciones enfermizas de los lugares que los verán sufrir durante ese verano funesto y crucial –“Aquel verano ilegítimo”-
(“Estábamos en medio de un campo de algo”) («entre unas flores amarillas y feas que olían a pis»
Una estructura curiosa basada en un doble enfoque temporal: evoca aquel verano en sentido cronológico, pero desde un futuro que parece ir retrocediendo, para confluir ambos en el momento álgido. Los ganchos con los que engarza los dos momentos son sutiles, sugerentes, evocadores:
“Hasta el dia de hoy, cuando soy casi tan viejo como ella aquel verano…”; “Había algo extraño en aquellas dos habitaciones y aquella escalera, algo que no he conseguido entender siquiera hoy, cuando la casa es más mía de lo que habría deseado”
El perfil del protagonista, y esto ya es un poco frikada, se me representa como en el centro de un triángulo en cuyos vértices situo a los protagonistas de “Algún día todo este dolor te será útil”, de “El guardián entre el centeno” y de “Ampliación del campo de batalla”.
Una obra que conjuga con mucho acierto y sensibilidad una rabia nihilista con una ternura muy amarga.
“Aquella mañana (…) sentí por primera vez en la vida una especie de desaliento general, una enorme falta de sentido y un vacío que empezó a crecer…”
“Pasó junto a mí como junto a un charco”
“Tendríamos que caminar al menos una hora (…) , si no más, porque no creo que el mercado se hallara justo detrás del horizonte”
“…si la muerte hubiera sido inventada por alguien con más discernimiento, alguien que no la hubiera protegido tanto, sino que la hubiera reducido a una simple función”
“esperaba estirando el cuello de placer”
“Mi madre parecía una planta de interior sacada al balcón. Yo parecía un criminal lobotomizado”
“Moira no tenía una opinión formada sobre casi nada y un par de veces me pareció incluso que era bastante creyente”
“Seguíamos viviendo de los restos, como unas personas que no veían futuro alguno. Ya no comprábamos comida, no salíamos de casa, no abordábamos ningún tema de conversación nuevo”
Impedimenta. 9.2.
Psicodrama
La Floresta, 16 de febrero, 2021