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“Un verdor terrible” Labatut, Benjamín

¡Qué bueno! Un libro que viste de literatura de alto octanaje las biografías de varios genios científicos y alumbra sus descubrimientos y sus vidas con una prosa exuberante: una manera literaria de hablar de la ciencia que la hace bella y hasta romántica.

Mimando cada párrafo con devoción, relata las semblanzas de estos científicos ilustres (por supuesto desconocidos para mí) como si fueran fabulosas aventuras épicas, luchas a muerte con la monomanía y el ostracismo, con una magnificencia y pasión que contrasta fuertemente con sus respectivas entradas en la Wikipedia, a la que uno siente la necesidad de acudir para confirmar la verdad (relativa) de sus hazañas. Más tarde, el autor reconoce en el epílogo que “La cantidad de ficción aumenta a lo largo del libro”; el último relato debe ser, por tanto, el más ficcionado, aunque también indica que en todos ellos intenta respetar lo fundamental de las teorías y los posicionamientos de los protagonistas.

No pretende adentrarse en los fundamentos técnicos de las complicadas hipótesis de las que habla; busca hacer que el lector pueda concebirlas a nivel abstracto, y luego, fascinarlo con la fusión de sus paradojas científicas y vitales. Y en mi caso lo consigue, gracias sobre todo a la impecable formulación de sus ideas.

Cuatro son los episodios en que se estructura el libro que, a su vez, se descomponen y ramifican dando entrada a varios personajes en cada uno de ellos, a cual más loco, y mostrando, en perspectiva, rasgos comunes a todos ellos: sus luchas internas, sus vidas descompensadas y obsesivas, la presencia de la intuición en sus descubrimientos (“no había derivado su ecuación de fórmulas anteriores”) y las implicaciones morales a que estos abocan.

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La primera de esas historias se titula “Azul de Prusia” y se centra en la figura de Fritz Haber, nobel de química por sus estudios sobre las propiedades fertilizantes del nitrógeno y responsable de los primeros ataques con gas contra los aliados en la Primera Guerra Mundial.

“Hoy se sabe que las metanfetaminas fueron el combustible con que Alemania sostuvo la embestida imparable de la Blitzkrieg”

“una mácula esencial heredada de los experimentos del alquimista, quien despedazó animales vivos y ensambló sus partes en horribles quimeras que intentó reanimar con electricidad”

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El segundo capítulo nos presenta a un eminente científico multidisciplinar aterrorizado, enloquecido por su descubrimiento de (lo que entiendo como) los agujeros negros, la “aberración matemática” que vislumbra tras resolver los enigmas de Einstein sobre la relatividad: “La singularidad de Schwartzschild”, “capaz de arrugar el espacio como un trozo de papel y extinguir el tiempo como si fuera la luz de una vela”

“describía perfectamente la manera en que la masa de una estrella deforma el espacio y el tiempo a su alrededor”

“cuando una estrella gigante agota su combustible y empieza a colapsar sobre sí misma”

“Johannes Kepler, quien creía que cada planeta tocaba una melodía en su tránsito alrededor del sol, una música de las esferas que nuestros oídos no alcanzan a distinguir pero que la mente humana sería capaz de descifrar.”

“alguien que pudiera modelar la intrincada mecánica celestial y hallar el esquema que rige las complejas órbitas que trazan las estrellas a lo largo del firmamento”

“lo peor de la masa concentrada a ese nivel no era la forma en que alteraba el espacio, ni los extraños efectos que tenía sobre el tiempo: el verdadero horror –le dijo- es que la singularidad era un punto ciego, fundamentalmente incognoscible”

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“El corazón del corazón”: Tras hablarnos sobre Shinichi Mochizuki y las implicaciones de su indescifrable fórmula a + b = c (“se trata de una serie de relaciones que subyacen a los números, escondidas a simple vista”; “postula una profunda e inesperada relación entre las propiedades aditivas y multiplicativas de los números”), cede el protagonismo a Grothendieck (“gran boxeador, fanático de Bach y de los últimos cuartetos de Beethoven”), el genio matemático que se convierte en eremita petado (“ahora que el objeto de su obsesión no eran los enigmas abstractos de los números sino el devenir concreto de la sociedad, problemas que Grothendieck enfrentaba con un nivel de inocencia que bordeaba la imbecilidad”).

Me pareció curioso este párrafo de un tal René Thomb: “desarrolló una teoría sobre las catástrofes que describe las maneras en que un sistema dinámico cualquiera –sea un río, una falla tectónica o la mente de un ser humano- puede perder su equilibrio y colapsar súbitamente, cayendo en el desorden y el caos”

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La última de las historias, la más extensa, Cuando dejamos de entender el mundo”, se centra en el enfrentamiento entre Schrödinger y Heisenberg sobre el abordaje de la mecánica cuántica:

”Sabemos como usarla, funciona por una suerte de milagro, y sin embargo no hay un alma en este planeta, nadie vivo o muerto, que realmente la entienda”

“al hablar de los átomos, el lenguaje solo podía ser utilizado como poesía”

“Cada vez que uno de los electrones que rodea el núcleo cambia su nivel de energía emite un fotón, una partícula de luz. Esa luz puede ser registrada en una placa fotográfica. Y esa es la única información que se puede medir directamente”

“su mente agotada por la fiebre establecía extrañas conexiones que le permitían alcanzar resultados de forma directa, sin pasos intermedios”

“Esa forma de tratar las ondas –le dijo- era bastante pendeja”

“como cualquier buen montañista, conocía múltiples historias de paseos que habían acabado en tragedia”

Anagrama. Un 9, o más.

Ciencia y ficción

Sant Cugat, 20 de mayo, 2021

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