Sara Mesa no te da lo que esperas. Sin conclusiones, sin moralejas, sin enseñanzas, ha ido creando en sus novelas un universo extraño y desapacible que (no obstante) se lee con curiosidad y sin demasiado trabajo, y que le ha permitido acceder a los puestos más altos de los rankings nacionales en los últimos años (cosa que tampoco acabo de entender bien, tanto bombo mediático).
Un rollo desconcertante, disfuncional, unos personajes para con los que muestra poca compasión, y con relaciones siempre contaminadas de incomprensión; una especie de amenaza persistente de que algo no va bien planea siempre en sus historias en las que, por lo demás, no pasa gran cosa.
En esta ocasión da forma (escueta) a una novela coral en la que toman voz los diferentes miembros de una familia muy marcada por la pretendida rectitud del padre de familia, un tipo con unos principios sólidos que impone a su familia con autoridad un poco maníaca. Con el paso del tiempo (que se muestra de manera desordenada, con saltos y flashbacks) se irían viendo los efectos de esa educación radical en las vidas algo erráticas de los hijos… si no fuera porque Sara Mesa no nos lo pone tan fácil, no lo hace tan evidente, no juzga en ningún caso, no confronta a buenos y malos. Es como si dijera: “pero, ¡ojo!, tampoco estoy asegurando que es a causa de esa educación que los hijos vayan dando tumbos…, puede ser por muchas cosas, por la vida mismamente, que es así de chunga”
Hay algún capítulo que podría funcionar como cuento corto, por su punto absurdo, inconcluso o inquietante.
He encontrado claras correspondencias con “Cara de pan” y con “Un amor”; temas recurrentes (relaciones frustrantes), comunes a ambos. Por otro lado, la figura del padre fanático y el tema de los malos efectos de imponer a toda costa lo que creemos bueno lo emparenta en cierto modo con «Una educación», de Tara Westover, o «La mejor voluntad» , de Jane Smiley, aunque su falta de conclusiones y su desarrollo impredecible la deja en un terreno más desasosegante y estéril.
No me cuento entre los mayores fans de la autora, ni falta que le hace, pero su propuesta me parece sólida y personal, con un buen balance entre riesgo y accesibilidad.
52 «Yo respeto las creencias de la gente, jamás me habrás oído criticarlas, pero no deberían sobrepasar el ámbito privado (…) Con él, fundar una familia sería dar comienzo a un Proyecto cuya finalidad última los trascendía como individuos porque apuntaba al progreso social»
111 «Él dona parte de su sueldo a algunas causas. Es generoso con su dinero y también con su tiempo. Ha estado difundiendo la filosofía de Gandhi en los colegios, dando charlas por la tarde a los alumnos y a los padres. Ha organizado colectas, seminarios… Ya sé que te ríes, pero acuérdate de los presos: asesoraba a los que no podían pagarse una defensa. Muchas personas no lo entienden. Cuando alguien no coloca el dinero en lo alto de una pirámide ni lo adora como a un dios supremo, se sienten aludidas y atacan»
157 «Clara disfrutaba con este tipo de juegos. Juegos retorcidos, incluso crueles, para probar a la gente. Hacía experimentos con quienes la rodeaban. Le encantaba ver sus reacciones, ponerlos al límite»
Anagrama. Un 8.
Antipedagógico
La Floresta, miércoles, 4 de enero, 2023
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