“El visionario” Quentin, Abel

  Me cuesta un poco pillar esto de la cultura de la cancelación, entender qué tiene en concreto de novedoso respecto de la propaganda negativa de toda la vida, o de la simple difamación. Desprestigiar a muerte o silenciar a unx determinadx individux o entidad son prácticas muy asentadas; supongo que la especificidad de la “cancelación” es que, al ser las redes su medio de difusión natural, está al abasto de cualquiera (incluso de cualquier idiota) promover la calumnia en un momento dado, por mala fe, o buscando un objetivo más o menos político y que, además, su alcance puede ser impredecible o desproporcionado.

 Por lo que un pequeño desliz en un medio público puede verse utilizado, tergiversado, descontextualizado e instrumentalizado con fines aviesos y consecuencias absurdas. De un día para otro.

(Es cierto que se está volviendo complicado hablar de muchas cosas, que hasta las mejores intenciones pueden ser malinterpretadas, que tenemos la piel muy fina. Temas como los límites del humor o la misma libertad de expresión son a diario objeto de controversia.

 No es menos cierto que lxs que nos llamamos progresistas tenemos el deber de actualizar nuestro programa, obsoleto en muchos puntos, de revisar las viejas estructuras sociales, lingüísticas, culturales, incluso humanitarias, de dar el relevo a las nuevas generaciones que parecen tener claros conceptos que lxs mayores nos pasaremos el resto de nuestro tiempo asimilando)

 Por poner un ejemplo, ya con la primera frase de este libro: “Todos somos hijos de inmigrantes”, un antiguo lema solidario que hoy podría ser tachado de “Depredación identitaria” ( ya que es como apropiarse del sufrimiento ajeno, como aceptar el privilegio blanco y encima creerse generosx. Por no hablar de que está formulada exclusivamente en masculino). Total, que se quiere decir algo bueno -unx cree realmente estar diciendo algo bueno- y se acaba metiendo la pata. Especialmente si alguien se obstina en señalarlo y amplificarlo.

 Este salseo ideológico, o conceptual, no sé, es el tema de este estupendo libro. El discurso que pone en boca de su protagonista está compuesto en partes iguales tanto de ironía en torno a las nuevas fórmulas que adoptan los movimientos de justicia social de izquierdas (“Apropiación cultural”, “Racismo antirracista”,”) como de buena voluntad para entender esas fórmulas, para integrarlas… sin mucha suerte por su parte.


 El protagonista, Jean Roscoff, un profesor progre recién jubilado, se siente fracasado, desengañado, desencantado; sin tener muchos motivos reales de queja, tampoco se puede decir que la fortuna le haya sonreído en demasía. Al carecer además de lazos sociales, la aprobación de su hija y de la nueva pareja de esta (una “activista afronosequé” más bien intransigente) es un asidero afectivo que necesita.

 La cosa es que para llenar su tiempo decide rescatar un trabajo que abandonó en su juventud sobre el malogrado poeta Robert Willow, un poeta-músico oriundo de New Orleans que viajó a París a vivir la vida bohemia, desde el compromiso político, para un buen día abandonarlo todo y retirarse a un pueblito a escribir poesía provenzal.

 Quizá obnubilado por la efusión poética, o por simple inocencia, en su estudio sobre Willow, Roscoff no hace demasiado hincapié en un determinado aspecto de su personaje, omisión esta que resultará imperdonable para sus detractorxs y que desatará una respuesta exagerada y agresiva en las redes que le complicará la vida de manera drástica.

 La influencia de Houellebecq me parece obvia, cosa que me encanta, aunque Quentin se muestra sin duda menos ofensivo. Más sorprendentes me han parecido las interconexiones y el paralelismo con un libro muy bueno que leí hace poco, “La más recóndita memoria de los hombres”, que trataba también el tema del escritor maldito y reivindicado más tarde, tema que, por lo demás, aparece a menudo en literatura. Con todo, lo original de esta propuesta está en usar la figura de ese escritor como resorte para desarrollar el tema más novedoso de la cultura woke y la cancelación famosa.

 Un libro con mucha sustancia, quizá más en lo ideológico que en lo argumental, que tampoco desmerece. El estilo irreprochable. Me ha encantado


29 «Sin duda, había un punto de chochez en el asunto. Cuando los elefantes notan que se acerca al final, toman ellos solitos el camino del cementerio, movidos por un instinto milenario. Los hombres de mi edad reanudan sus trabajos de juventud, o bien se apasionan de buenas a primeras por la genealogía de su familia. Como si la culminación de un trabajo abortado cuarenta años atrás pudiera constituir el eslabón perdido que alumbrase una existencia zarandeada por las contingencias y atrofiada por la indecisión y la pereza»

42 «Mis matices eran transigencias»

70  «Una incongruencia, un folclore, una broma»

71 «Flipados que creían que Neil Armstrong no había pisado la Luna y tenían un fuerte olor corporal, jerseys navideños e historial psiquiátrico. A veces me llamaban por teléfono y yo los despachaba con cortesía; ponderaba cuán frágil, cuan fina era la línea que me separaba aún de ellos»

95 «Ha tomado conciencia de que, como mujeres no racializadas, nos beneficiamos de una serie de ventajas invisibles y sin embargo muy reales con respecto a los individuos racializados. Jeanne tiene un enfoque interseccional, más complejo. Se trata de decir: yo, mujer lesbiana no racializada, soy a un tiempo agente de opresión (en cuanto blanca) y víctima de opresión (en cuanto mujer y homosexual)

99 «No cargué las tintas en las rencillas con Sartre: de nada servía asustar a ese hombre de progreso. Le hablé del destino truncado, de la poesía jazzy que hacia el final se inmovilizó en una firmeza solemne, la de las vidrieras y la heráldica. Los ojos le hicieron chiribitas. Mordió el anzuelo»

110 «Yo guardaba silencio; me daba miedo romper el hechizo. Aparecía un testigo, providencial, con los recuerdos intactos. Tenía casi miedo de que resolviera el misterio de un modo demasiado brutal. Siemmens hablaba de aquello con una ligereza sacrilega: ¿Robert Wilow sólo era eso? Yo había apostado tanto en el libro, y me había imaginado tantas cosas… Estaba pendiente de cada una de sus palabras»

125 «Me había convertido en uno de esos jubilados que beben solos y se acoplan en conversaciones ajenas»

143 «¿Me había conchabado conmigo mismo para no mirar de frente aquello en lo que me había convertido, a saber, un facha taimado y arrogante, por mis renuncias sucesivas, a fuerza de reírme de todo, a golpe de ironía cruel?»

154 «Marc no tenía ninguna gana de hacer un descenso tan profundo, de ir a hurgar en la «miserable montañita de secretos» (…) Decidí guardarme esta introspección para un interlocutor más complaciente, alguien que combinara una sólida capacidad de escucha con cierto grado de corrupción moral; un viejo sacerdote pedófilo, por ejemplo, habría dado el perfil»

157 «Por lo demás, no se podía odiar a un hombre que tenía un blog sobre poesía, aunque fuera por motivos equivocados. Era una tarea de inadaptado absoluto, y por ello se merecía un respeto»

161 «Era culpa mía, un pecado de orgullo y de pereza intelectual: el antirracismo es un combate que requiere flexibilidad y anticipación. Había que demostrar agilidad para poner al día los nuevos sesgos que tomaban los prejuicios racistas, siempre ingeniosos, obligados a serlo en un mundo donde ya no podían formularse abiertamente (…) Su visión nacía de una crítica del antiracismo paternalista, universalista, el que impugna el término de raza. El mismo por el que yo me había echado las calles con Marc y los colegas»

163 «Diao definía el racismo sistémico. Era un racismo insidioso, del que los ciudadanos blancos eran los representantes inconscientes. Hablemos de raza, escribía Diao. Hablemos con franqueza, no mareemos la perdiz. La noción de raza biológica es un disparate; sin embargo, resulta del todo pertinente en el ámbito de las ciencias sociales (…) Todas las palabras eran significativas, estaban saturadas de sentido. Se examinaban con minuciosidad. ¿Se debe decir afroamericano, o mejor africano-americano? «El término afroamericano perpetúa una visión despreciativa de la identidad africana» (…) «El primer elemento está recortado, y no es un detalle fruto del azar»

170 «-Precisamente. Yo creo que todo el mundo debería poder vivir en ese estado de inocencia.

-Ya, pero no es el caso. Los negros y los árabes lo saben. Se les niega esa inocencia. Tú, en cambio, has podido vivir en la inopia (…) Estaba rabioso. Las Nuevas Potencias tenían respuesta para todo. Desarmaban cualquier crítica volviéndola contra el adversario, estilo judoka»

174  (La definición de lo que es tener la flor en el culo): «Sin duda fui torpe, sin duda pedí mal. Mark si tenía ese talento de saber pedir las cosas. Era una intuición que tenía en cualquier circunstancia. Pedir sin pedir realmente, lograr que le abriesen una puerta sin tocar jamás el timbre; y la puerta se abría indefectiblemente y él se sorprendía, él solo pasaba por allí, no tenía intención de entrar, pero ya que estaba…. Era un don extraordinario, un talento de partero, de mayéutico, el de ayudar a otros a formalizar por iniciativa propia una proposición ventajosa para él, Marc»

209 «Empezaba a comprender el beso de la muerte, la instrumentalización, el horrible quid pro quo. Veía ya los juicios apresurados y las síntesis que era inútil tratar de desbaratar. La trampa se perfilaba con claridad. Se ponía en marcha el preciso sistema de relojería del falso silogismo»

215 «El autor de «Étampes y poemas» se había apropiado esa tradición medieval que le era, en lo fundamental, ajena. Me solivianté sólo de pensarlo. Ahí tenía la última palabra irrebatible: en cierto modo, Willow también había incurrido en apropiación cultural»

222 «Éramos demasiado jóvenes para participar activamente en todo aquello, pero lo entrevimos al salir del limbo de la adolescencia y esperábamos sumarnos pronto. Sin embargo, cuando tuvimos edad de hacerlo, ya era demasiado tarde. El mundo había cambiado. La crisis se había recrudecido y el espíritu del lucro había tomado la delantera»

242 «De vez en cuando, Agnès me avisaba de que teníamos una cena en casa de los Fulanito, y comprábamos una botella para cenar en casa de los Fulanito. Yo la seguía, dócil. Resultaba agradable sentir que alguien se hacía cargo de uno desde el punto de vista de las relaciones humanas, era muy cómodo, pero hoy he comprendido -demasiado tarde- que para Agnès no lo era tanto. Se agotaba gestionando ella sola el carnet de baile, defendiéndome ante sus amigas…»

261 «Mi Robert Willow existía; no me lo había inventado. Lo había comprendido íntimamente, y unos tipos que habían sabido de su existencia al abrir mi libro pretendían leerme la cartilla»

274 «te huele el aliento como a un poni»

321 «Le hacían una entrevista y ella, muy profesional, declaraba: «El combate contra la invisibilización de las minorías afrodescendientes está lejos de haber terminado. Esta invisibilidad puede ser social y política. También literaria». Sonreía con aire malicioso. Parecía aliviada de que estuviera «lejos de haber terminado». Había dado con un filón inagotable»

326 «un cascarrabias de mi calaña»


Libros del Asteroide. Un 9.

Novela de ideas/Sátira social

Sant Cugat, jueves 5 de octubre, 2023

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