“En ocasiones la representación de lo real obliga a su alteración”
Una arriesgada mezcla de géneros que curiosamente funciona muy bien: autoficción, western, terror fantástico, novela, cuento. Parte de su encanto está en que los capítulos podrían funcionar como relatos independientes, pero juntos forman un todo con nuevos sentidos, un poco a gusto del lector. La narración combina dos líneas principales: las fabulosas aventuras del trampero John Dunbar en el salvaje oeste del sXIX, un personaje semi-mítico que no teme a nadie ni a nada, hosco e inflexible, con una idea particular de la nobleza y de la justicia, se van alternando con aquellos capítulos que tienen al escritor, o a su otro yo, como protagonista de desventuras más reales y mundanas aunque igualmente desasosegantes (una paternidad que le desborda, el desarraigo geográfico y laboral, la autoestima puesta en cuestión, las miserias de unos padres ya mayores…) ya en su presente de currante y escritor en localizaciones entrañables como Bilbao o Ribadesella. El modo en el que engarzan estas dos líneas argumentales es otro de los rasgos diferenciales y originales de la obra, y parece abierto a interpretaciones subjetivas: las oscuras leyendas sobre Dunbar pueden verse como una historia explicada al protagonista y autor, como una fabulación de este en la que el forajido representa un yo alternativo -otro más-, o también como una presencia no deseada y extraña, una especie de demonio interior en la vida más prosaica aunque no menos confusa del novelista en el presente, que también tiene lo suyo. Como muy acertadamente indica en la contraportada, “propone un diálogo entre realidad y ficción”. El lector puede volverse loco buscándole una trascendencia que quizá no tenga o dejarse transportar por sus historias frondosas, intensas y laberínticas, llenas de imágenes impactantes, muy gráficas (“Se encaramó a la mesa y se acuclilló de manera espantosa entre los platos”), por su ambiente violento y perturbador (“Fue un momento de la historia en que nosotros apenas hubiéramos podido respirar el aire que rodeaba nuestro planeta, en que las criaturas competían en ferocidad y ponzoña y en que las arañas eran del tamaño de los asnos”), por los eficaces contrastes entre escenas cercanas y realistas (“Me jodió llevar una bolsa flácida y maloliente en la mano al despedirme del exnovio, que siempre me recordaría de aquella manera») con otras épicas y fantásticas (Tú, John Dunbar, que ardes en tu rabia sin nunca consumirte, eres el Basilisco”), casi psicotrópicas en algunos momentos (arácnidos varios y placentas concéntricas), que van construyendo un universo particular a través de un discurso seductor, subyugante, excesivo, denso, complejo e imaginativo.
Una lectura potente, no especialmente amable, pero absorbente y avasalladora.
Impedimenta. 8,7.
Autoficción mágica/ Western espectral
“En el pecho le latía un corazón tan grande como esta bomba achicharrada”
“Estaban en la puerta de la zona de llegadas cogidos de la mano, como si estuvieran enamorados o fueran bobos”
«No te sirvas solo de tu lado malo. No seas como esos perros enfermos que se comen sus excrementos”
“Me había insistido para que librara mi estilo de florituras, no porque abusara de ellas, sino porque a él cualquier cosa más elaborada que Baroja le parecía demasiado florida”
“Hacía meses que yo no veía a mis padres, y no recordaba la última vez que les había oído decir algo que mereciera la pena”
“Con los ojos llorosos parecía otra persona”
La Floresta, sábado 5 de septiembre, 2020
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